No me mires así. Por favor, deja de mirarme. No puedo soportarlo.Sí, sé que cometí un error. Pero deja de recordármelo, te lo suplico. No quiero volver a evocar lo que hice. Nunca. Quiero enterrarlo tan profundamente que nadie lo pueda descubrir jamás.Por favor, déjame hacerlo. Si lo oculto, quizás, con el paso de los años, consiga ocultármelo a mí misma. Es lo mejor a lo que puedo aspirar.Pero si sigues mirándome así, no podré. Es una tortura. Por favor, para. ¡Para!
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Un grito sacudió la habitación. La mujer que se hallaba en el piso de abajo entró en el cuarto de su hija corriendo y la encontró en el suelo, con el puño ensangrentado. Las grietas se extendían a través del espejo de la habitación como finas patas de araña.
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